Ahora que vuelven a sonar los llamamientos a la unidad de la izquierda, sería bueno que el ruido y la urgencia no nos impidan analizar las cosas con calma. Unir en un mismo proyecto a la mayor cantidad de gente posible es un objetivo muy respetable.
Pero el debate serio y sosegado sobre los objetivos a alcanzar y los medios a emplear no pueden ser sustituidos por la adscripción emocional a la etiqueta “izquierda”, y menos aún por el miedo histérico a “la derecha”.
Conviene debatir sin miedo, en primer lugar, si estamos por gestionar el sistema o estamos por superar el sistema. Y esto no tiene nada que ver con participar o no del juego institucional. Uno puede presentarse a unas elecciones, obtener representación e incluso condicionar directamente el gobierno del país en ambas posiciones. Pero debe tener claro si quiere hacerlo lubricando la gestión progresista del sistema o forzando sus límites y señalando sus contradicciones. Entre ambas opciones la convivencia termina siendo imposible.
La primera opción consiste en priorizar la entrada en el gobierno, asegurando que es posible cambiar significativamente las cosas con las limitadas herramientas que el propio gobierno ofrece. Esto implica necesariamente buscar alianzas con los gestores progresistas del sistema (PSOE, p.e.), minimizando las diferencias que te separan de ellos y remitiendo los déficits del sistema a externalidades (pandemia, crisis) o a conspiraciones (la derecha, el poder mediático, etc.).
Esta opción también implica sobredimensionar la importancia de los mecanismos de gobierno institucional. Se tiende a fiarlo todo a las medidas de gobierno, y a reservar al resto de agentes de intervención de la izquierda (sindicatos, movimientos sociales, etc.) el papel de aliados subalternos obligados a apoyar sin fisuras al gobierno.
En esta estrategia la movilización en la calle y autoorganización al margen del gobierno son peligros a evitar.
La segunda opción consiste en ser coherente con la evidencia de que nuestra sociedad no puede superar sus principales problemas sin transformar el sistema que los genera. Esto implica plantear la estrategia institucional en base a objetivos muy concretos, poniendo sobre la mesa las contradicciones estructurales del sistema. Implica limitarse a participar en gobiernos donde se es mayoritario o bien condicionar desde fuera a gobiernos en los que no se participa.
Esta opción lleva a calcular la estrategia política hilvanando la acción institucional con otras formas de intervención política. Se trata de explicar que las medidas de gobierno son muy limitadas en su alcance y que la acción autónoma y protagonista de otros actores de la izquierda es fundamental para forzar avances y orientar la acción de gobierno.
Entiendo que estos debates son ásperos, y que es más agradable celebrar al unísono la consecución de una sola candidatura para recoger todos los votos sentidos como de izquierda o progresistas. Pero la realidad es tozuda, y antes o después nos veremos obligados a elegir: o nos atamos a la gestión de este sistema y seguimos vendiéndolo como un modelo salvable o reconocemos su fracaso y hacemos política para superarlo.
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